Históricamente el desarrollo de
la tecnología era para servir un propósito: incrementar la productividad,
con el tiempo se lograban mayores grados de tecnificación de todas
las industrias que permitió el desarrollo de la humanidad y evitar
las apocalípticas predicciones Maltusianas.
Gracias a
la revolución industrial y aportes como
la administración científica, ideado por Frederick Taylor,
la producción en serie se hizo realidad y la capacidad productiva de
los países se incrementó pero la experiencia de los usuarios con los
productos eran escueta, no existía la personalización, el fin no
eran los usuarios. No importaba lo complicadas o pesadas que fueran las
herramientas o nuevas tecnologías creadas los
usuarios tenían que invertir tiempo para aprender a usarlas, era la
norma, las personas debían aprender y adaptarse a las
nuevas tecnologías y no al contrario.
Hoy
en día esta tendencia se revirtió, los productos comerciales más
exitosos en el mercado son esos que son designados en torno a cómo la
gente hace las cosas naturalmente, la experiencia de los usuarios es más
importante que nunca. Steve Jobs era el rostro de esta revolución, sus
productos era intuitivos y sencillos, ya las personas
no tenían que aprender cómo usar un producto. Tras su muerte
la evolución continua, la tendencia es fabricar productos que no son
diseñados para solucionar un problema o suplir una necesidad sino para emular a
un asistente de fácil uso e intuitivo.